Por Kary Luz Hernández
Recordando esas noches en el pueblo, esas noches donde no solo era oscuridad, eran momentos de magia, risas y miedos compartidos. Cuando se iba el fluido eléctrico, las familias se reunían en las terrazas para contar y expresar lo que habían visto o lo que alguien juraba haber sentido: una bruja que se posaba en los techos, una mujer vestida de blanco que atravesaba las calles, un silbido que nadie sabía de dónde venía o el aullido desenfrenado de los perros en el silencio de la noche revelando que algo extraño sucedía. Historias que quizás eran inventos o imaginaciones, pero qué hacían que nos mantuviéramos despiertos, con los ojos bien abiertos. Para nosotros no era algo sin sentido, era el misterio vivo de la noche, eso que sucedía mientras todos descansábamos, eso que es parte de nuestra identidad caribeña.
Qué tiempos aquellos.