Por Juliana Beltrán Martínez
El pescador ama la pesca, y la pesca al pescador,
La atarraya que entreteje, le tensa alma y causa dolor.
Talla el pescador la canoa, con un gran tronco de roble,
Mese las corrientes del viento, con su remo y su alma noble.
Y ay, pescador sonriente, que te desvelas con la luna,
Humedal de finos pisos que entierra grandes fortunas.
Tú, que caminas descalzo, sin remordimientos ni aflicción,
Tú, que flotas en el viento cual planicie sin dirección.
Cuando te sumerges en el agua, tu piel su tonalidad esconde,
Cuando te enfrentas al frio viento, tu ser en silencio responde.
Y ay, pescador bendito, que te guías con la luna,
Pesa el plomo de la atarraya, cual pena inoportuna.
Tú, hijo de la ciénaga, pues ella te vio nacer,
Te nutres con su esencia, ella te dejo crecer.
Y a las horas de la noche, el viento te canta lamentos,
Y al sacar el trasmallo, los peces te dan su último aliento
Llama la ciénaga al pescador, cual encanto que lo embruja,
Succiona parte de su interior, y lo eleva hasta la bruma.
Boga, y vuelve a bogar, por la ciénaga de Betancí,
Pesca y vuelve a pescar, para poder sobrevivir.
Pues no miente el pecho herido, que tu partida me hace temer,
Que esta ciénaga te quiera tanto, que no te permita volver.
Tras tu pesca están las suplicas de una mujer hacia la luna,
Luna que la condena, y la sublima a mil torturas.
Los nylon que tu enredas, grietan el alma de quien te espera,
Retumba el silencio en la orilla, donde la tranquilidad desespera.
La marea imparte su danza, mientras las aves graznidos lanzan,
El cielo se prende fuego, tiñendo de oro la esperanza.
Y el alba llena las páginas de un dorado color,
Y la calidez que carga el viento, derrite todo aquel temor.
El pescador ancla su canoa, y desembarca sus redes con orgullo,
Mientras la bruma se disipa, y desaparecen los mudos murmullos.