Adriano Ríos Sossa: el arte como legado cultural

Adriano Ríos Sossa: el arte como legado cultural

Por Yennifer Cabria Ortiz

 

En octubre de 2024, tuvimos la oportunidad de conversar con un personaje cuya trayectoria artística, aunque poco conocida entre la juventud de Lorica, resulta de gran relevancia para quienes valoramos el arte y la cultura local, como es el caso de nuestro proyecto Entretejiendo Eneas. Adriano Ríos Sossa, escultor y muralista oriundo de Lorica, Córdoba, es un destacado Maestro en Bellas Artes egresado de la Universidad Jorge Tadeo Lozano de Bogotá. Culminó sus estudios académicos hacia 1985, aunque su graduación oficial se realizó en 1988. A lo largo de su carrera, Ríos ha demostrado ser un profesional ejemplar, dejando una huella indeleble en diversas regiones del país e incluso a nivel internacional.


Actualmente, su medio artístico principal es la cerámica, un material que, paradójicamente, no formaba parte del plan de estudios de la facultad de artes durante su formación universitaria. Este conocimiento lo adquirió posteriormente, iniciando un proceso de aprendizaje autodidacta que le permitió integrarse profundamente con las comunidades y su cultura local. Este vínculo cultural fue fortalecido gracias a la influencia de maestros excepcionales que marcaron su paso por la universidad, ofreciendo inspiración y forjando su compromiso con el arte como medio de expresión y transformación social. La trayectoria de Adriano Ríos es un ejemplo de cómo la educación y el esfuerzo continuo pueden transformar la pasión artística en un legado cultural significativo.


¿Cómo fueron sus inicios?

 

“Siempre quise entrar a la Facultad de Artes de la Universidad Nacional”, comienza recordando Adriano Ríos. Sin embargo, durante los convulsionados años 80, cuando se disponía a presentarse, la universidad cerró temporalmente, dejándolo en una especie de limbo. Fue entonces cuando un amigo le habló de la Facultad de Artes de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, destacando su prestigio. “Tuve la fortuna de tener grandes maestros allí; aunque no estudié en la Nacional, mis profesores eran egresados de esa universidad”, señala con gratitud.


Ríos aprovechó al máximo el aprendizaje de esos maestros excepcionales, quienes marcaron profundamente su formación. Para él, ser maestro no significa solo impartir conocimiento, sino “brindar vida”. Este concepto de enseñanza transformadora se convirtió en una piedra angular de su experiencia educativa. “En mi época como estudiante, tres figuras fueron piedras en mi zapato: Manuel Zapata Olivella, Frida Zelle y Ronel Bash. Eran maestros en el sentido extremo de la palabra”, comenta. Estas “piedras” no representaban obstáculos, sino desafíos significativos que lo impulsaron a cuestionarse y conocerse a sí mismo.


Adriano, oriundo de Lorica, desconocía mucho sobre su propia cultura al inicio de sus estudios. “No me conocía, no conocía mi tierra ni mi identidad cultural”, admite. Esta desconexión comenzó a cambiar en clases prácticas como la de “bodegones” (modelado de figuras), donde un profesor introducía elementos culturales que despertaban en él una profunda reflexión. Se sentía lejos de su tierra, pero intentaba reconectarse mediante la música y el arte que hablaban de sus raíces.


Una experiencia reveladora ocurrió cuando descubrió que cerca de su pueblo natal, en San Sebastián, había artesanos que trabajaban piezas similares a las que él realizaba en la universidad. En clases de dibujo, representaba sombreros vueltiaos, aunque apenas empezaba a conocer los resguardos indígenas de Tuchín y San Andrés de Sotavento, lugares donde se elaboraban esos mismos sombreros. “Mis profesores, provenientes de Inglaterra y Suiza, sabían más sobre la riqueza cultural de mi tierra que yo mismo”, reflexiona.


Manuel Zapata Olivella, uno de sus mentores más influyentes, le dejó una enseñanza clave: “Tienes que conocerte a ti mismo”. Este mensaje marcó un antes y un después en la vida de Adriano, alentándolo a explorar no solo su arte, sino también sus raíces culturales. Las numerosas conversaciones con Zapata Olivella, quien vivía a una cuadra de su residencia en Bogotá, fueron esenciales para que Adriano comenzara un proceso profundo de autodescubrimiento. Así, los inicios de Adriano Ríos estuvieron marcados por desafíos, aprendizajes transformadores y el redescubrimiento de su identidad cultural, elementos que, junto con su talento, lo han convertido en un referente artístico y cultural.


Anécdota con Manuel Zapata Olivella

 

Adriano Ríos recuerda una experiencia particular con su amigo y mentor, Manuel Zapata Olivella. Mientras caminaba, escuchaba que alguien cantaba detrás de él una canción que decía “pajaritos negros”. Manuel lo hacía a modo de regaño cariñoso, con esa calidez particular que lo caracterizaba. Esta “piedra en el zapato” que representaba el consejo constante de Manuel impulsó a Adriano a profundizar en sus raíces culturales. Una vez terminó su formación académica, decidió sumergirse de lleno en el entorno de San Sebastián, aprendiendo directamente de los artesanos locales. “Duré un año allí, y esa experiencia de vida me dejó más que la universidad”, asegura. No se trató solo de aprender técnicas u oficios; fue un proceso de inmersión cultural y humana.


Adriano relata cómo acompañaba a los artesanos a la ciénaga para recolectar bultos de arcilla, una actividad que definió como “más que una maestría, más que un doctorado”. Esa vivencia no solo fortaleció sus habilidades técnicas, sino también su comprensión de la conexión entre las tradiciones locales y su identidad como artista. Posteriormente, decidió visitar los resguardos indígenas para aprender sobre el sombrero vueltiao y las técnicas cerámicas de San Nicolás de Bari. Fue allí donde grabó el trabajo de la señora Oracia Sagrocio, una artesana local cuya labor lo impactó profundamente.


Uno de los momentos más reveladores de su experiencia fue descubrir las diferencias culturales y técnicas entre las piezas elaboradas en San Sebastián y San Nicolás de Bari, a pesar de estar geográficamente tan cerca. “Pensé: ¿Qué pasó aquí? Parece otra cultura, un proceso totalmente distinto”, reflexiona. Fue en ese momento cuando agradeció la guía de Manuel Zapata Olivella, quien lo ayudó a entender estas diferencias durante una conversación crucial.


¿Dónde aprendió las técnicas que utiliza en sus obras?

 

Adriano Ríos rememora cómo una conversación con Manuel Zapata Olivella marcó un antes y un después en su entendimiento de las técnicas cerámicas y sus raíces culturales. “Llamé a Manuel y le conté lo que estaba ocurriendo con mi trabajo de grado. Lo que parecía una cuestión técnica sencilla resultó ser culturalmente profunda. Fue Manuel quien me iluminó y me dijo: ‘Adriano, debes entender que esa cerámica es diferente, los procesos son diferentes. En San Nicolás de Bari hubo presencia africana, y los métodos de elaboración de las piezas reflejan esa influencia. En cambio, en San Sebastián, la tradición es netamente indígena, propia de los Zenú. Pero en San Nicolás no es así”.

 

Este momento definió la relevancia de su investigación y el enfoque de su trabajo de grado. Adriano reflexiona: “Cuando estudiamos los procesos cerámicos, solemos enfocarnos únicamente en la parte indígena. Pero lo que rara vez se menciona es que en San Nicolás de Bari hubo una fuerte influencia africana. Las personas de esa región tienen una fisonomía que habla de esa mezcla cultural: son sambos, resultado de la unión entre indígenas y negros africanos”. Este mestizaje cultural y físico se traduce en las cerámicas de San Nicolás, donde la mano africana está presente tanto en las técnicas como en las formas y estilos de las piezas.


Uno de los recuerdos más vívidos de Adriano es el de la señora Oracia Sagrocio, una artesana de San Nicolás cuya piel oscura y cabello liso lo impactaron profundamente. “Ella era una representación viva de esa mezcla cultural; su cabello era indio, pero su ascendencia africana era evidente. La fisonomía de las personas con las que intercambié conocimientos me habló tanto como las técnicas que aprendí. Fue una experiencia invaluable”.

 

La importancia de la experiencia y el desaprender

 

Para Adriano, estos años de inmersión en las comunidades de San Sebastián y San Nicolás de Bari (1985-1988) fueron fundamentales en su formación. Aunque presentó su tesis en Bogotá, reconoce que el verdadero aprendizaje ocurrió en el campo, en diálogo con las personas y sus tradiciones. “La cuestión más importante en todo este proceso fue la experiencia misma. Aprendí que para entender realmente hay que desaprender”, reflexiona.


Desaprender, en este contexto, no significa olvidar lo aprendido, sino cuestionarlo y reinterpretarlo a la luz de las experiencias vividas. “Cuando empecé esta investigación, entendí que debía devolver ese conocimiento, pero desde la plástica, que es mi lenguaje. Cada vez que inicio un trabajo, parto de la investigación. Leo mucho, investigo, pero al estar en el campo te das cuenta de que la realidad es diferente a lo que te cuentan los libros de historia o geografía. Ahí comienza el proceso de desaprender”, explica.


Adriano critica cómo la educación a menudo presenta el conocimiento como una “colcha de retazos” descontextualizada. “Hoy en día se enseña bajo la etiqueta de ‘sociales’, pero se pierde el enfoque cultural profundo. Mi primer paso fue desaprender lo aprendido en los libros para conectar con la realidad del campo”. Esta conexión directa con las comunidades y sus prácticas no solo enriqueció su conocimiento técnico, sino que también transformó su perspectiva artística y cultural.


¿Dónde podemos encontrar sus obras?

 

Las obras de Adriano Ríos suelen encontrarse en espacios públicos, principalmente en las calles. Esto responde a su intención de establecer un diálogo directo con el espectador, transformando el entorno urbano en un espacio de aprendizaje y reflexión. “Ahí entablan un diálogo con el espectador”, explica. Esta interacción exige un manejo cuidadoso de su lenguaje artístico, que es esencialmente visual. “Cuando hago un mural, es como si estuviera escribiendo un libro. Es un lenguaje visual donde está la historia; siempre trato de contar una narración, pero primero paso por el filtro de desaprender”.

 

El concepto de desaprender es central en su proceso creativo. Para Adriano, este enfoque le permite deconstruir ideas preconcebidas y reconstruirlas desde una perspectiva más auténtica, conectada con la memoria y el contexto cultural. Sus obras no solo son expresiones artísticas, sino también vehículos de enseñanza. “Mis trabajos tienen contenido histórico, pero también pedagógico. Se enseña desde el arte”, afirma.


El arte como memoria y enseñanza

 

Adriano busca reflejar aspectos de la memoria colectiva en sus creaciones, pero no simplemente para recordar el pasado, sino para resignificarlo. “Yo siempre intento reflejar en mi trabajo esos aspectos de la memoria, pero no para recordar”, aclara. Lo anterior implica una intención pedagógica que va más allá de la estética, invitando al espectador a reflexionar sobre su historia, identidad y cultura a través del arte.

Cada mural, cada obra pública, se convierte así en un espacio de diálogo donde convergen el pasado y el presente, la enseñanza y la introspección. En estos espacios, su trabajo actúa como un puente entre el conocimiento histórico y las nuevas generaciones, utilizando el lenguaje visual como medio para transmitir ideas complejas de manera accesible y significativa.


¿Cree que revivir el pasado de Lorica sea beneficioso?

 

Adriano Ríos plantea una reflexión esencial sobre el propósito de la memoria, que va más allá del simple acto de recordar. Siempre hace una pregunta: ¿Para qué creen que sirve la memoria? La memoria no es solo para recordar. Si limitamos su ejercicio al recuerdo, la reducimos a algo estático”, explica. Para él, el verdadero valor de la memoria radica en su capacidad de generar reflexión y acción. “La memoria es para saber qué hacer con lo que recordamos. Una persona que recuerda no es necesariamente inteligente, pero quien sabe cómo utilizar lo que recuerda, sí lo es”.

 

Adriano critica la superficialidad de una memoria que solo contempla un pasado rico sin insertarlo en un proceso reflexivo que permita comparar el presente. “¿De qué nos sirve saber que tuvimos un pasado glorioso si no lo usamos para analizar dónde estamos hoy? Ese es el verdadero ejercicio de la memoria”.


Un ejemplo que utiliza para ilustrar su punto es un pasaje de Cien años de soledad de Gabriel García Márquez. “Cuando llegó la peste del insomnio a Macondo, la gente empezó a olvidar el nombre de las cosas. Ponían papelitos con palabras como ‘mesa’, ‘vaso’, ‘cuchara’ para recordarlas, pero luego ya no sabían para qué servían esos objetos. La memoria no es solo para recordar, sino para dar sentido a lo que recordamos”, comenta.


Adriano también aplica este concepto a la historia reciente de Colombia, señalando cómo los ciclos de violencia se repiten porque no se ha reflexionado profundamente sobre ellos. “Creemos que, porque se entregaron los paramilitares, todo está resuelto, pero las masacres continúan. Es como en la matanza de las bananeras en Cien años de soledad: al día siguiente, el pueblo estaba limpio, como si no hubiera pasado nada. Lo mismo ocurrió con la toma del Palacio de Justicia; al día siguiente, todo fue lavado y borrado, como si la memoria también hubiera sido eliminada”.

 

La importancia de preservar los errores del pasado

 

Adriano critica la tendencia de algunos países y movimientos sociales de borrar los símbolos de opresión, como estatuas o monumentos. “No estoy de acuerdo con tumbar las estatuas de personas que fueron opresoras. Esos monumentos deben estar ahí para recordarnos qué no debemos repetir. La memoria debe ser un recordatorio constante de lo bueno y lo malo, para no perder de vista lo que nos hizo daño”.

 

Esta enseñanza también se reflejaba en sus clases de arte con su maestra Ronel Bash, quien les enseñaba a no arrancar ni desechar una hoja al cometer un error en un dibujo. “No puedes borrar el error, porque si lo haces, vuelves a cometerlo. La huella de donde caminaste no debe borrarse. Lo que hacemos al lavar las masacres es intentar borrar lo irreparable, pero eso nos condena a repetirlo”, reflexiona.


El aprendizaje mutuo en el arte y la enseñanza

 

Además de sus murales, que suelen consumir casi un año de trabajo, Adriano está desarrollando una obra personal, aunque este proyecto avanza lentamente debido a su dedicación al arte público. Ha creado esculturas en bronce y cerámica, tanto dentro como fuera de Colombia, incluyendo obras en Miami y Cartagena. Para Adriano, Lorica es su laboratorio artístico y cultural. Su primer mural, hecho únicamente con arcilla, refleja las enseñanzas de los artesanos de San Sebastián, quienes le enseñaron los procesos cerámicos entre 1985 y 1986. “Dos años después, regresé a San Sebastián con un contrato para enseñarles diseño, cerrando un círculo de aprendizaje mutuo”, comparte.


Adriano cree firmemente que enseñar también implica aprender. “Si tú vas a enseñar y no vas a aprender, entonces tu enseñanza es vacía, porque uno aprende enseñando.  Eso hace que tu enseñanza se nutra, no lo sabemos todo, nos morimos y no aprendemos todo. Es muy bonito cuando tú al enseñar aprendes, porque esos son insumos para que tu enseñes mejor” concluye.


¿Tiene algún pupilo en el mundo del arte?

 

Adriano Ríos ha dejado su huella en el mundo del arte no solo a través de sus obras, sino también formando nuevos talentos. A nivel internacional, ha trabajado con artistas y grupos artesanales, transmitiendo su conocimiento y experiencia. Sin embargo, en su tierra natal, Lorica, las oportunidades para formar a futuras generaciones han sido más limitadas. La escuela de artes, que alguna vez representó un espacio vital para el aprendizaje artístico, actualmente no está funcionando.


En el pasado, Adriano hizo parte de una administración municipal que revivió temporalmente este proyecto. Recuerda con orgullo una experiencia particularmente significativa: lograron matricular a 1,000 estudiantes gracias a un esfuerzo coordinado que incluyó visitas a colegios públicos de zonas rurales. “Fue una experiencia muy interesante”, comenta. Esta escuela no solo se enfocaba en la enseñanza técnica del arte, sino que incluía un componente clave: la tienda de la escuela. Este espacio permitía a los estudiantes entender el valor de su trabajo. “Es fundamental que sientas que tu trabajo no es en vano, que lo que haces tiene un costo, un valor”, señala.


Este proyecto no solo buscaba desarrollar las habilidades artísticas de los estudiantes, sino también enseñarles a valorar su esfuerzo y a reconocer el impacto económico y cultural de su obra. Aunque la escuela de artes de Lorica no esté operativa actualmente, la experiencia demuestra cómo proyectos educativos bien estructurados pueden transformar vidas y revitalizar el tejido cultural de una comunidad.


¿Qué era la tienda de la escuela?

 

La tienda de la escuela era un espacio físico donde los estudiantes podían exponer y vender los resultados de sus talleres. Los alumnos de pintura mostraban sus obras, los de literatura producían y vendían sus libros, y los estudiantes de artesanía comercializaban sus creaciones. Además de ser un lugar para fomentar el aprendizaje práctico, la tienda ofrecía una bonificación económica a los estudiantes, ayudándoles a reconocer el valor de su trabajo y a entender que el arte puede ser una profesión sostenible.


Adriano Ríos comparte una reflexión que marcó su perspectiva sobre la dignidad del trabajo y el valor personal. Recuerda cómo, mientras cursaba segundo semestre en la universidad, veía médicos manejando taxis, una realidad que lo decepcionó profundamente. Fue entonces cuando llegó a una conclusión clave: “La grandeza de lo que haces la pones tú”. Para él, no importa si eres médico, modista, zapatero o artista; lo importante es ser el mejor en lo que haces, con dedicación y excelencia.


Adriano subraya que no se necesita ser médico ni científico para alcanzar la grandeza. “Con lo poquito que tenemos podemos ser grandes”, afirma. Pone como ejemplo a los modistas que logran fama mundial por sus diseños exclusivos, comparándolos con los sastres locales que, aunque trabajan con los mismos materiales, pueden destacarse si ponen excelencia en su labor. También cita una canción de Diomedes Díaz: “A mí no me importa que seas zapatero, con tal que seas el mejor”.


Esta reflexión refuerza la idea de que el verdadero valor de una profesión no radica en su estatus social, sino en el compromiso, la calidad y la pasión que cada persona pone en su trabajo. “De nada sirve ser doctor si eres el ejemplo malo del pueblo”, concluye Adriano, subrayando la importancia de la ética y la dedicación en cualquier oficio o disciplina.


¿Cuál fue su obra más importante o en cuál ha invertido más tiempo?

 

Para Adriano Ríos, todas sus obras tienen el mismo valor, ya que en cada una invierte el 100% de su esfuerzo y dedicación. La única diferencia en el tiempo empleado está relacionada con las dimensiones de la obra; las piezas más grandes naturalmente requieren más trabajo por su tamaño. Esta igualdad refleja su compromiso con la calidad y su respeto por el proceso creativo.


Su taller, cerrado al público, es un espacio de introspección que Adriano considera esencial para su trabajo. “Según un adagio hebreo, el pensamiento nace en el silencio”, menciona, destacando la importancia de un ambiente tranquilo para estimular la creatividad, ya que, le permite concentrarse plenamente en los detalles de sus obras.


Un aspecto interesante de su proceso es su observación sobre el color y la luz. Adriano se dio cuenta que los colores de sus obras parecían cambiar dependiendo de si eran vistos de día o de noche. Este fenómeno, que aprovecha al máximo trabajando con luz natural, lo inspira a explorar cómo la percepción visual puede enriquecer la experiencia artística. Para él, cada obra es una oportunidad para perfeccionar su técnica, expresar su visión y conectar con el espectador, sin importar el tiempo o esfuerzo que requiera.


¿Algún consejo para los jóvenes?

 

Adriano Ríos comparte un consejo esencial para quienes inician en el arte o cualquier disciplina: el camino al éxito debe recorrerse paso a paso, con paciencia y dedicación. “El cielo no se puede tomar por asalto”, dice, utilizando la metáfora de una escalera para ilustrar que cada escalón es un avance necesario hacia la meta. Para él, esta visión se refleja tanto en la vida como en el aprendizaje artístico.


En sus clases de dibujo, Adriano aplica una metodología y pedagogía que enfatizan dos pilares: la creatividad y la motricidad. “El dibujo es línea”, señala, destacando que lo primero que un estudiante debe dominar es el trazo. Antes de siquiera intentar dibujar formas complejas, enseña a sus alumnos a realizar líneas horizontales y verticales. Este proceso puede durar hasta un semestre, tiempo durante el cual los estudiantes perfeccionan el control del lápiz y el dominio de su mano.


“Cuando nos enfrentamos a la vida y miramos un paisaje, ¿qué vemos? Líneas horizontales y líneas verticales”, explica, subrayando cómo estas simples formas constituyen la base de nuestra percepción del mundo. Adriano también insiste en la importancia de la disciplina: “Si empiezo con una intensidad de color, debo terminar con esa misma intensidad. La disciplina es hacer las cosas bien día a día”.

 

Finalmente, comparte una lección clave sobre el trabajo y la inspiración. “Yo no creo en las musas, pero si van a llegar, que me encuentren trabajando”, afirma, dejando claro que el verdadero progreso se logra con esfuerzo constante, no esperando momentos de iluminación espontánea. Este consejo, práctico y profundamente inspirador, invita a los jóvenes a construir su éxito a través de la perseverancia y el compromiso.


¿Qué piensa respecto a Lorica?

 

Adriano Ríos reflexiona sobre las riquezas culturales de Lorica y los desafíos que enfrenta en su conservación y promoción. “Aquí en Lorica tenemos tantas cosas”, afirma, pero lamenta que la falta de una comprensión adecuada sobre la naturaleza dinámica de la cultura obstaculice su desarrollo. Para él, la cultura no puede ser encauzada ni controlada mediante políticas rígidas. “La política cultural no puede imponerse; la cultura es cambiante”, señala, destacando las falencias en la gestión institucional.


Adriano critica la desconexión entre las declaraciones oficiales y la realidad. “Se habla de que somos patrimonio, pero hay que empezar por restaurar a la gente, a la ciudadanía”, explica, enfatizando que el verdadero patrimonio no se limita a los edificios o monumentos, sino que incluye a las personas y su comportamiento. ¿Qué impresión se lleva un turista si encuentra calles sucias y basura tirada? Para Adriano, esto no refleja una “cultura equivocada”, sino una falta de educación en prácticas básicas como la gestión de residuos.


Aunque se realizan campañas de aseo, considera que estas son insuficientes si no se abordan las raíces del problema. “De nada sirve limpiar las calles si no se educa al que está botando la basura”, argumenta. Para él, la solución radica en un enfoque educativo que transforme los hábitos y fomente una verdadera conciencia cultural y ambiental entre los ciudadanos.


Adriano concluye que el desafío de Lorica no es solo conservar su patrimonio tangible, sino también educar y empoderar a sus habitantes para que se conviertan en los verdaderos guardianes de su cultura. “Restaurar a la gente” es, según él, el primer paso hacia una gestión cultural efectiva y sostenible.


Reflexiones finales

 

Adriano Ríos Sossa, a través de su arte y experiencia, nos enseña que el valor de una obra no reside únicamente en su dimensión o estética, sino en la historia, el aprendizaje y la intención pedagógica que conlleva. Su trayectoria muestra que el arte puede ser un poderoso medio para conectar con las raíces culturales, resignificar la memoria colectiva y fomentar la reflexión tanto en el ámbito personal como social.


Ríos nos invita a reconsiderar cómo entendemos y gestionamos la cultura en contextos locales como Lorica. Subraya la importancia de una cultura viva y dinámica que no debe ser encauzada ni limitada por políticas rígidas, sino potenciada mediante la educación y el compromiso ciudadano. Además, nos recuerda que la restauración de un patrimonio no se limita a los espacios físicos, sino que debe comenzar con la gente.


Su perspectiva sobre la importancia del desaprender como un acto de reconexión con la realidad nos desafía a ir más allá del conocimiento académico y a involucrarnos activamente con las comunidades y sus tradiciones. En sus palabras, “la memoria no es para recordar, sino para saber qué hacer con lo que recordamos”, una reflexión que resalta la necesidad de aprender del pasado para no repetir errores y construir un futuro más consciente.


Finalmente, su enseñanza para los jóvenes es clara: el éxito no se alcanza de un salto, sino con esfuerzo constante y disciplina, valorando cada paso del proceso creativo y formativo. Adriano es un ejemplo de cómo el arte, cuando se vive con pasión y compromiso, se convierte en un legado cultural que trasciende fronteras y generaciones.

2 comentarios

  1. Arnaldo Peinado Méndez

    Excelente reseña, pues en ella se abordan aspectos fundamentales en la obra y vida de Adriano.

  2. Adriano es un patrimonio vivo de Lorica, Córdoba y Colombia. Sus obras son místicas y expresan toda una sabiduría por la historia, las costumbres y las tradiciones. Un abrazo para él y mi admiración eterna.

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