El susurro del río Sinú

El susurro del río Sinú

Por Martín Pérez Peñata

Era una calurosa tarde en el pequeño pueblo de San Pelayo, enclavado a orillas del río Sinú. Los habitantes se reunían en la plaza central, como cada domingo, para compartir historias y leyendas que habían pasado de generación en generación. El río, testigo eterno de sus vidas, corría sereno, susurrando secretos a quienes quisieran escuchar.

 

Doña Carmen, una anciana de rostro arrugado y ojos vivaces, se acomodó en su silla de mimbre bajo la sombra de un frondoso árbol de ceiba. Su presencia siempre atraía a los más jóvenes, ansiosos por escuchar sus relatos. Esa tarde, decidió contar una historia que había escuchado de su abuela, quien a su vez la había escuchado de la suya.

 

“Cuenta la leyenda,” comenzó doña Carmen, “que en las profundidades del río Sinú habita Yuma, el espíritu protector de las aguas. Dicen que en noches de luna llena, cuando el río brilla como plata líquida, Yuma emerge de las profundidades para recorrer las orillas, asegurándose de que todo esté en armonía.”

 

Los niños escuchaban con los ojos muy abiertos, fascinados. “¿Y qué hace Yuma, abuela?”, preguntó Camilo, el más curioso de todos.

 

“Yuma es justa y bondadosa,” respondió doña Carmen. “Protege a los pescadores que respetan el río y cuidan sus aguas. Pero también es implacable con aquellos que lo contaminan o cazan más de lo que necesitan. Se dice que, en tiempos antiguos, hubo un pescador llamado Simón que ignoró las advertencias de los mayores y pescó más peces de los que su familia podía consumir.”

 

Los niños se inclinaron hacia adelante, ansiosos por saber más. Doña Carmen continuó, su voz adquiriendo un tono misterioso. “Una noche, mientras Simón pescaba bajo la luna llena, sintió una presencia a su lado. Era Yuma, con su figura etérea y ojos resplandecientes como el río. ‘Simón,’ le dijo, ‘has desobedecido las leyes del río y has perturbado el equilibrio. Por ello, serás castigado.'”

 

“Simón intentó huir, pero sus pies parecían estar pegados al suelo. Yuma lo miró fijamente y, con un suave movimiento de su mano, lo transformó en un árbol de manglar, enraizado en la orilla del río para siempre, destinado a proteger las aguas que una vez dañó.”

 

Los niños quedaron en silencio, impresionados por la historia. Doña Carmen sonrió y agregó, “Por eso, mis queridos, siempre debemos respetar al río Sinú. Es nuestro sustento, nuestro hogar, y merece ser tratado con cuidado y amor.”

 

Mientras el sol se ponía, bañando el pueblo en tonos dorados y naranjas, los habitantes de San Pelayo se dispersaron, llevando consigo las palabras de doña Carmen. Y el río Sinú, con su corriente tranquila, parecía susurrar una canción de agradecimiento, recordando a todos que sus aguas eran sagradas y que cada historia contada era una ofrenda a su espíritu protector.

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